Todavía
lo recordaba con total claridad, aquel día jamás se le borraría de la mente… la
había encontrado tirada en el bosque, cerca del rio. Estaba pálida como la
luna, como aquella luna que brillaba llena en esa noche silenciosa. Su rostro,
otrora lleno de luz y vida, ahora se mostraba oscuro, con las sombras que
otorga la muerte. La habían torturado y vejado gasta la agonía, pero ella se
había mostrado fuerte, como lo había hecho siempre.
Los
recuerdos, aun le eran dolorosos, pero la ira y la sed de venganza no habían
desaparecido de su negro corazón. Desde que encontrara a su hermana medio
moribunda en el claro del bosque, Raclox se había dedicado a dar busca y
captura al asesino que le había arrebatado lo más que más quería. Un año y ocho
meses había transcurrido desde entonces y cada día que pasaba estaba más cerca.
Hasta el momento había conseguido pequeñas pistas, pero no tenía ningún nombre,
ni una dirección, nada… y la policía había abandonado el caso hacía mucho
tiempo. Ya no confiaba en nadie, se había vuelto huraño y había empezado a
enloquecer. A veces pensaba que haría cuando lo encontrase, ¿lo mataría o sería
capaz de llevarlo a que se enfrentase con la justicia? ¿Y cuando todo acabase?
Cuando cobrase su calculada venganza, ¿Qué haría entonces? ¿No se sentiría
vacio y sin sentido?
Entonces,
un buen día, cuando empezaba a desistir del caso y solo quería dejarse morir,
recibió un mensaje. Le daba pistas sobre quien podría ser el culpable. Al
principio no creyó nada, pero poco a poco fue comprobando que aquellos mensajes
desde el anonimato le servían de gran ayuda. ¡Un ángel!, pensó, pero estaba
claro que los ángeles no existían, pues de ser así su hermana seguiría junto a
él… Pasaron tres meses más. El día era agobiante, a pesar de estar en pleno invierno.
“Brip”, un correo electrónico. ¡Lo tengo!, decía; y solo había escrita una
dirección. ¡Bingo! Después de tanto tiempo su momento estaba ahí. El lugar
estaba cercano, asique se vistió y en dos minutos se plantó allí.
No
sabría que haría, tan solo, de momento, quería ver la cara del desalmado que le
había hecho eso a su hermana. Por un
momento la imagen volvió a su cabeza, produciéndole un escalofrío. “Dig dong
dang din”. La puerta se abrió y apareció una chica sin ninguna expresión en el
rostro. Era la chica de la que había estado enamorado desde el instituto.
Sorprendido, la observo bien y dijo aquello que tenía preparado desde hacia
tiempo. “Tu mataste a mi hermana.”, dijo algo dubitativo. Y la respuesta fue…
“Si, lo hice yo”
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