La vida, tal como la habían creado los Dioses, no era tan divina como ellos creían. El día estaba encapotado, pero en el preciso momento en que ella dirigió una mirada al cielo, las blanquecinas nubes que asemejaban dulces algodones de azúcar dejaban paso a un radiante sol que ansiaba calentar el mundo con sus dorados y abrasadores rayos…
De repente, me encuentro en la España de 1980 y alguien me da un golpe en el hombro para llamar mi atención, haciendo así que termine mi sueño despierto en el que pasaba un día en la antigua Grecia. Mi amigo me dice que debería tener los pies sobre el suelo y que tendría que dejar de ser tan fantasioso. Aaron intenta que me eche atrás con mi idea de publicar mi primer libro. Sólo quiere protegerme y apartar de mí la posible depresión que me atraparía, como una serpiente rodea a su presa dejándola sin respiración, pues cree que mi libro no tendrá futuro en el mercado. Yo opino algo distinto. Escribo porque me gusta, me va la vida en ello, me divierte. Escribir es mi único gran hobby. Si quisiera hacerme famoso, me haría cantante o actor, aunque eso sería improbable debido a que escribir es lo único que se me da bien en la vida. Pero no deseo eso. Si mi libro me hiciese famoso por una pequeña causalidad, sería porque soy un buen escritor. Si se diese ese caso, sería un buen aliciente para seguir escribiendo y podrían traducir mis escritos a varios idiomas. Pero no es en eso en lo que me baso para continuar con mis ideas fantásticas y reproducirlas en una hoja de papel. Me encanta ver como puedo transformar un folio en blanco, en una historia con mucha vida… Ignoro el comentario de mi amigo y repaso por encima las primeras líneas de mi pequeño libro, que tan sólo abarca trescientas páginas, para llevarlo dentro de dos días a la editorial:
“Si algún día quiso volver al pasado y cambiar todo lo ocurrido, seguro que fue aquel día. Un día en que todo te sale mal. Un día en el que piensas que estas soñando, confías en que sea así, pero nunca despiertas y te das cuenta de la realidad...”