La
miró a los ojos, unos ojos grises claro que miraban sin ver nada, y le entró un
tremendo escalofrió que no pudo contener. Ella, impasible ante su reacción,
siguió mirando al infinito, sin siquiera parpadear con apenas un susurro entre
los labios…
Llevaban
horas interrogándola, pero Arxa no había abierto la boca ni siquiera para emitir
algún pequeño gemido, cuando su torturador comenzó su trabajo. Todo el FBI sabia
quien estaba detrás de los asesinatos de los últimos días, y la tenían delante;
pero se negaba a confesarlo. Veinticinco muertes en menos de dos días, y ni un
solo testigo en todo el pueblo que lo reafirmara. Sin embargo, el arma
homicida, o lo que parecía ser ello, estaba en su puesto de trabajo: un
bolígrafo, en el cual la punta había sido sustituida por un pequeño pero
afilado punzón de acero, que estaba ensangrentado.
También
se desconocía como podría haber matado a sus víctimas, pues el forense no había
encontrado ningún indicio del arma en los cuerpos… Mientras tanto, el agente más
joven del cuerpo, miraba a la acusada desde detrás del espejo conteniendo en
sus ojos una mezcla entre admiración y miedo. Serka, creía saber como aquella
joven embriagadora había cometido sus crímenes, pero se debatía en una lucha interna
entre ayudar a la justicia o apoyar al crimen. De hacer esto último, ¿no se
convertiría el mismo en el mal que tanto temía? Sí, pero al mismo tiempo le
atraía tanto la idea...
A
punto estuvo de actuar, cuando de repente surgió una llamada en el cuartel. Los cadáveres
que tenían guardados en el depósito
renacían como el ave Fénix renace de sus cenizas. Los guardias corrían de uno a
otro lado atemorizados y el agente que se encontraba interrogando a la hermosa
mujer de piel inmaculada se quedó sin habla. ¿Era posible que las victimas solo
estuviesen inconscientes? Arxa, magullada por todas las partes de su dulce y delicado
cuerpo, y que hasta entonces había permanecido inmóvil, se levantó, resopló y volviéndose
hacia el espejo que la observaba, miro delicadamente a Serka, sin verle y susurro
: “No saben nada. Sólo tú sabes la verdad…”
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