Sin saberlo, su montura
se había ido a posar en el lugar menos indicado; pero no se dio cuenta de ello
hasta que el viento le trajo el aroma de los usbary. Entonces lo supo. Estaba en peligro. Debía de salir de allí
de inmediato o se convertiría en una presa en segundos… espoleó al animal y
éste, asustado, vatió las inmaculadas alas tan bruscamente, que hizo que Sbarsks se callera de su lomo. Fue solo
un instante, pero cuando abrió los ojos, se encontraba tendido en el suelo, entre
las resbaladizas hojas que estaban cerca del manantial. Cuando miró hacia
arriba, pudo contemplar como su compañero alado se dirigía camino a casa, sin
el… “Estúpido roksi”, farfulló. Los roksis eran insectos de veinte pasos de
longitud y una tonelada de peso. Eran torpes, pero obedientes, y muy, muy
bobos.
Así que, bien. Ahí
estaba. Sólo. En medio del desorden que era la tierra de los usbary. Sin armas para defenderse, ni
comida para alimentarse. Se ayudó con las manos y dando una voltereta en el
aire, se levantó y echó a andar entre la espesura de la vegetación… cuando
llegó a un pequeño pero oscuro claro, ya apenas se oía el arrullo del
manantial; lo había dejado atrás hacia tiempo. Ahora, sin el verde de los
matorrales no podía camuflarse tan bien como antes, asique se agachó y bordeó
el claro en total armonía con la melodía de aquel lugar… sin hacer ruido, sin
llamar la atención, pues su vida estaba corría peligro.
Las hojas se movieron
allí en frente. El pulso de Sbarks se
aceleró. Y cuando su mirada felina se topó con aquel ser, su instinto le hizo
salir de su escondite y correr… mal hecho, pues aquello era lo que peor podía
hacer… ¿Correr? ¿Correr hacia donde? Estaba en su terreno… Entonces calló en la
cuenta de su error, y se dejó caer al suelo, dejando su cuerpo muerto, quizás así
los usbary se marcharían… Los usbary no eran carnívoros, a pesar de su
larga y afilada dentadura. Pero decía la leyenda, que nadie que hubiese pisado
sus tierras, había salido con vida para contarlo.
Abrió un ojo,
lentamente; y luego el otro. Allí estaban. Eran cuatro o cinco y le acechaban.
Eran criaturas feas y extrañas. Sin pelaje, boca grande y llena de dientes. Se
mantenían medio erguidos, apoyados en tres patas huesudas, y sus ojos, esos
ojos de color amarillento, que le contemplaban, parecían atravesarle y
romperles en dos… Sabían que estaba vivo, y lo que es peor, él sabía que lo
sabían. Estaba muerto. Ya nada se podía hacer. Cerró los ojos y su vida, que
sólo había durado 20000 años fue sucediéndose en fugaces momentos, y en la
mayoría de ellos aparecía ella. Fuerte, noble, bondadosa, hermosa como la
Estrella Madre. Ella había sido la razón por la que se encontraba allí… Iba a
morir por su causa, en su infinita búsqueda, pero no le importaba.
Y tan solo estaba ella.
Escuchaba como los usbary se
acercaban a él. Volvió a verla en su mente, con su larga melena violácea
flotando al compás del viento. Su momento había llegado…
“¡Daropz!”, escuchó. Volvió a abrir los ojos, una vez más. Un ser con
formas femeninas, vestida de manera diferente a la de los demás usbary, se encontraba frente a él… Había
dicho algo en un idioma ininteligible para Sbarks.
Pero el resto del grupo había dejado de avanzar hacia él. Entonces, aquel ser,
que parecía el jefe del clan, se quitó la capa, dejando ver su rostro de color
verduzco; y su pelo, de color violeta, comenzó a bailar junto a la brisa… y fue
entonces cuando la reconoció.
- ¿Yorka…?