Era una larga noche de
verano y la luna esclarecía en el lago, el lago encantado, donde las ninfas
comenzaban su dulce cántico armonizador. Lyleilla sabía que era tarde pero no
podía volver; no debía volver a casa. Decidió pues, pasear por el bosque del
Ocaso, donde el aullido de los lobos y el piar de los pájaros le producían una
tranquilizadora sensación. Recordó el pasado. Un pasado feliz, a la par que sombrío.
No habría sabido decir si quisiera volver a vivirlo de nuevo. Un tremendo escalofrió
le recorrió todo su cuerpo, cuando la secuencia de imágenes pasó, fugaz, por su
cabeza. De repente, le pareció escuchar algo… “¿Ha sido mi imaginación?”,
pensó. No era la primera vez que los recuerdos torturaban su cabeza. Siguió
caminando en busca del hermoso reflejo de la luna en el agua… La noche se
cernía sobre ella como un manto congelado, y las estrellas observaban cada
nítido movimiento que realizaba. Divisó un claro en el horizonte. Puede que
fuera la esperanza de su tormento. Parecía tan lejano… ¿Llegaría alguna vez a
alcanzar aquel sueño? Y entonces, ocurrió. Como una sombra estelar aquel ser
apareció frente a sus ojos. No parecía real. Su nitidez era apenas un atisbo de
lo que en realidad quería ver, y su color, tan puro y virgen como la nieve, la
hizo entornar sus grisáceos ojos élficos… de nuevo, de nuevo un mar de
sensaciones cubría su espesa alma. Tal vez fuera la hora de olvidarlo todo. No
estaba segura. ¿Se podría estar seguro de algo tan onírico? Su mirada se tornó
siniestra y aquel lugar con ese ser mirándola desde lejos, no ayudaba a calmar
sus sentimientos, que luchaban por emanar al exterior. La saturación, por fin,
pudo con ella y su rugido de dolor, resonó en todo el bosque produciendo un
estruendoso eco. Y todo se quedó en silencio…
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