Pasaron los años, y Albry fue mejorando mucho su
técnica, e incluso recibió un regalo de su padre, una espada de acero, para
competir en pequeños torneos. Luzeno por su parte, empezó a ganar monedas de
plata tocando en las plazas de aldeas cercanas y puedo comprar nuevos instrumentos
con los que consiguió aumentar su nivel musical. Pero Dreana había pasado a ser
la panadera del pueblo, junto con su madre, rompiendo así toda esperanza de
conseguir un titulo y distanciándose de Albry, que solo le daba falsas
ilusiones.
Años mas tarde, surgió una guerra entre dos reinos
cercanos, en la que se vieron involucrados muchos pueblos vecinos, entre ellos
el de Albry. La guerra fue terrible. Los soldados quemaban las casas y dejaban
las aldeas desoladas. Robaban a los ancianos, mataban a los hombres y vejaban a
las mujeres. La escena se desarrolló rápido. Los soldados del reino enemigo
irrumpieron sin previo aviso en su aldea. Albry luchaba codo con codo junto a
Luzeno y muchos otros campesinos, cuando vio la escena. Al fondo, dos soldados
se habían enzarzado con Drena y su madre. Dreana se resistía ante ellos, pero
cuando degollaron a su madre, desató su furia y logró escapar. Se dirigió hacia
el bosque y era perseguida por aquellos hombres. Entonces Albry corrió tras ellos,
iba a toda velocidad, casi chocando con los arboles. De repente algo le hizo
frenar en seco; se encontraba en el claro donde solían jugar de pequeños, y allí
estaba el cuerpo inerte de Dreana. El corazón de la joven se había apagado y
sus ojos se habían cerrado, para jamás volver a abrirse. Albry la había perdido;
nunca podría decirle lo que sentía por ella, que la quería por encima de todas
las cosas de este mundo. Su rugido de dolor resonó en todos los confines del
reino, cual lobo aúlla melancólico a su luna. Entonces, lleno de irá, juró
matar a los asesinos de su amada, y otorgarle el titulo que se merecía.
Fueron años los que Albry empleó en conseguir su
sueño; mientras Luzeno poco después de acabar la guerra logró ser un conocido
trovador, mudándose a la ciudad y ganándose su pan de cada día, cantando y
tocando en la plaza. Sin embargo, Albry, cegado por la ira que se apoderaba de
él día tras día, dejó de lado su sueño de ser caballero y únicamente se centró
en entrenar para vengar a su bella dama.
Los meses, días y horas pasaban, pero Albry no conseguía
averiguar nada sobre los asesinos de Dreana, lo que hacia que el joven perdiese
toda esperanza… Una noche, después de años tras el incidente en el bosque,
volvió a aquel claro donde todo había ocurrido; y a oscuras, con el canto de
los grillos al fondo, se sentó en una roca y empezó a rememorar momentos con su
amada. “Me enfrentaría a todos los peligros del mundo, para evitar que alguien
te hiciese daño…”, recordaba haberle dicho en alguna ocasiones, más aquella
promesa tampoco la había cumplido. La luna llena iluminaba el claro, haciendo
que la armadura de Albry reluciera cual reflejo en un lago, y al alzar la vista
le pareció ver un destello de luz a lo lejos; parpadeo y al abrir los ojos de
nuevo pudo ver de soslayo el mismo destello a su izquierda. Su corazón se
aceleró y toda la sangre empezó a correr por su cuerpo. Apenas un abismo de
temor le tiño el rostro, pero evitando que el miedo se apoderara de él, se
dispuso a seguir aquel destello de luz y vida para obtener respuestas, pero
estas no le fueron dadas… Algo en el interior de Albry empezó a emerger y
recordó la promesa que le había hecho a Dreana, e incluso a el mismo. “Algún día
seré caballero y la gente se inclinará ante mi por ese titulo, seré Ser Aldry,
el caballero de la dulce poesía, mi lady, lady Dreana”. No podía faltar más a
su palabra, y se dispuso a salir del bosque, con aquel destello a sus espaldas,
hacia su destino.
Y así fue, desde aquel día comenzó a participar en
pequeños torneos, ganando oro por sus vitorias y haciéndose cada día más y más
conocido. El público aclamaba su nombre, las doncellas le otorgaban prendas y
los niños jugaban a imitarle. Albry se hizo muy conocido en todo el reino, y
todo aquello se lo debía a aquel destello de luz al que iba a perseguir todas
las noches al bosque… Muchas fueron las doncellas que le entregaron su corazón,
y muchos los rechazos que Albry realizó, pues solo en su corazón una
permaneció. Fue entonces, tras mucho esfuerzo, cuando llego el día de su
nombramiento. Todo el reino se reunió en la plaza y Albry se vistió de su mejor
gala. En la ciudad reinaba la calma cuando Albry subió al escenario y se
arrodillo ante el Rey; miles de personas esperaban ansiosas las palabras de su
gobernante, y hasta Albry tuvo que contener el aire un instante de puro
nerviosismo… “Por el poder que me han otorgado, yo te declaro, Ser Albry,
caballero de la poesía”. Entonces el silencio se rompió y una multitud de
aplausos y voces coreaban su nombre. Albry debió de sentirse afortunado, mas su
cara reflejaba una profunda tristeza. Se disponía a bajar, mirando a su público
cuando la vio, allí al fondo de todo el mundo. Drena, tan nítida como en los
cuadros. Y el corazón le dio un vuelco. Se sintió desfallecer, y cerró los
ojos, algo mareado. Al abrirlos vio a Dreana que se alejaba de la multitud, y salió
tras ella, apartando a la gente a empujones. No sabía a donde se dirigía, pero
tampoco le importaba, pues iba tras su amor… De pronto se encontraba en el
bosque, sólo. Era media tarde y el sol se empezaba a poner en el horizonte. No pudo
evitar apartar la mirada de él, y al volver a mirar, se encontró frente a
frente con ella. Ahí estaba, tan linda y pura como el primer día. Se quedó allí,
mirándola a los ojos, sin atreverse a acariciarla, por miedo a que se esfumase.
Pero si se atrevió a hablar: “Perdóname… no he podido cumplir ninguna de las
promesas que te hice… no pude vengarte ni hacerte mi lady…” Entonces Drena
comenzó a hablar, pero sus palabras no se oían en los oídos de Albry, sino que
los escuchaba en su mente… “Siempre he sido tuya, tu lady… y sabia que algún día
serias caballero, por eso me he quedado este tiempo junto a ti… pero ahora que
lo has logrado, he de irme amor mio”. Albry alzó la mano para tocarla, pero la figura
de Dreaa se hacia cada vez menos visible, hasta desaparecer. Y a Albry se le
escapó un susurro: “Nunca te dejaré…”, y una cálida voz en su oído le contestó:
“Nunca tendrás motivos…”. Albry se giró inmediatamente, pero allí no había nadie.
Se dejó caer, de rodillas al suelo, haciendo
que su armadura produjese un leve tintineo al chocar. Y allí se quedó, mirando
sin ver, mientras una lagrima brotaba de sus ojos…
“Así termina la historia de Albry, el caballero…”
Contaba el joven trovador, tocando su vieja arpa. “… pues toda historia tiene
su final… Ser Albry murió, murió de soledad, murió de desamor, pero murió por
su amada.” La gente exclamaba al oír la historia. “y dicen, que aun hoy en día,
si vas al claro del bosque, se oye el ruido de las espadas al chocar, augurando
que el caballero del espíritu del anochecer, vuelve al rescate, vuelve al rencuentro
de Dreana”
No hay comentarios:
Publicar un comentario